Bosquejos

– Formas Incipientes –

A través de los cuentos, relatos y prosas que se exponen en esta obra, el autor busca comunicar desde las sensaciones y sentimientos que son capaces de albergar las palabras, ficciones de lo real, juegos de la imaginación que a imaginar inviten. Encontrando un sendero que recorrer, como dijeran algunos de los lectores de su Blog: “más cerca de la trastienda del alma que de un primer plano que pida “fuego” o la “hora”. Otros han resaltado que: “Los trabajos clásicos-surrealistas, aunque parezcan bellos, poéticos o el grito de una soledad, jamás podrán ser juzgados, porque el estado anímico del artista, no tiene que coincidir con la capacidad de interpretación del lector, teniendo en cuenta su propia animosidad en esos instantes. Ambos criterios serian aceptados, en este caso, el texto, no es excepción entre los espíritus sensibles," trastienda del alma", "corazón vestido de fantasma", "impedido de gustar manjares supremos," texto que da apertura al alma sensible y solitaria del autor, con temor a reincidir a la ingenuidad y con un resabio de fuerzas para reír, aun "con las manos heladas y los proyectos furtivos". Buen nivel de expresión, y apertura para comunicar. Si es ficción, solo será en un porcentaje. Algo o más que eso, es una catarsis con técnica agregada, que embellecen el trabajo y deja fluir el caudal interior”. De algo podemos estar seguros, en Bosquejos, se buscará siempre la complicidad del lector en la construcción e interpretación de cada relato, más allá de la literalidad del texto.


La ley de la vida

Era una noche de lluvia, viernes, estoy seguro porque es el único día que me gusta que llueva, además de los fines de semana en que venís a visitarme y podemos quedarnos todo el día en la cama sin que nadie nos moleste.
Era viernes, si, y me llamaste a la oficina para decirme que desde el mediodía te habías instalado en el departamento, decidiendo hacer aquello que nunca quisiste, usar la llave que contra tu voluntad abroché en el llavero.
Era viernes, porque no me molestó mojarme cuando bajé del auto para abrir el portón, y que se metieran por mi cuello las gotas que caían del alero, al que cada vez que llueve, juro ponerle la zinguería para que el agua corra hacia un extremo.
Era viernes y entré con “brillitos de agua” en el cabello, el saco en el brazo y el maletín en la mano izquierda, las llaves del coche y las de entrada en la derecha haciendo malabares cada vez que tenía que seleccionar la que abría las puertas, que como en un juego iban cayendo, para llegar a vos.
Me recibiste seria, me abrazaste fuerte, con ternura; esa palabra que no me gusta, como vos sabés, porque parece que derivara de ternero, y te quedaste con la cabeza escondida en mi cuello sin decir una palabra.
Temblé; juro que pensé en esos pocos segundos que había hecho bien en no traer flores (cursis), y asocié todas las señales diferentes en tu comportamiento, con un final que jamás dejó de estar del todo en el universo de lo posible. No quería preguntar y a la vez quería saber, conocés tanto mi fobia por las sorpresas, pulsás tan bien las cuerdas de mis sentidos, que dijiste enseguida, en un susurro, es la Nona...
Yo se que es mezquindad, egoísmo o tantas otras cosas, pero de alguna manera me alegró, no se si me entendés, me alivió saber que no éramos nosotros el motivo de la angustia, y yo que te parecí tan sereno, seguro, protector, no estaba pensando en la muerte, pensaba en mi vida.
Era de noche, llovía, estoy seguro que no propusiste cenar, a pesar de que te habías esmerado en
hacer algo en la cocina, esa que vos odiás, porque me conocés tanto, que sólo serviste fruta. Hablamos poco, la edad, donde era el velatorio, cuando había muerto, quién te había avisado. Te propuse no ir esa noche, que esperáramos hasta la mañana siguiente.
Siempre dormías abrazada a mí, pero esta noche fue distinto, no era el abrazo del éxtasis, tu cabeza apoyada en mi pecho, tu cara iluminada con una sonrisa cómplice. Me pareció que temblabas, tardaste en conciliar el sueño y cada tanto abrías los ojos, como para ver si estaba; sonreías sin alegría y volvías a cerrarlos; no apagué la luz...
Era un día insoportable, esos en que la lluvia se mete en los zapatos de los chicos por toda la casa, viernes para más datos, estoy segura porque es el único día en el que odio que llueva, había amanecido con pronóstico de mal tiempo para todo el fin de semana y me puso como loca el solo pensar en tener a los chicos todo el día encerrados. Además, como obviarlo, el estado de mamá no había mejorado, de un momento a otro esperaba un desenlace que creía, a esta altura sería mejor. Ochenta y siete años, cinco hijos, una vida de sacrificios y desarraigos, no es poco para mellar la salud de cualquier mortal y ella se había mostrado siempre como si nada pudiera afectarla; ni lo de tu padre , salvo los años, eso sí. Después de todo es la ley de la vida.
Era viernes de lluvia, cuando sonó el teléfono y la enfermera que la cuidaba me dio la noticia. Pobre mujer, no sabía cómo decírmelo, intentó darle un tono profesional citándome en la clínica antes de lo previsto. Como si yo no fuera a darme cuenta. Recuerdo que le pregunté si había muerto y no me contestó. Entonces volví a insistir. No tuvo más remedio que decir que si. Me quedé en silencio, con la mente en blanco, mientras la cuchara de madera con la que estaba revolviendo el tuco hacía un momento, manchaba la camisa a la altura del estómago, dejando una marca como de sangre, en el lugar en que más sentí el impacto; un dolor como de bala caliente y punzante.
Colgué; volví a la cocina, mi ámbito casi natural, mi refugio, a terminar de preparar el almuerzo y esperar a los chicos.
No sabía si llamarte enseguida o jugarme a que vos te dignaras llamar para preguntar como estaba la Nona. Decidí no adelantarle nada a los chicos, ahorrarles en lo posible, tener que pensar en algo que para ellos estaba tan lejano.
Después del almuerzo, viendo que sería imposible que llamaras, tomé el teléfono dispuesta a dejarte un mensaje en el contestador, ya que estaba segura de que no estarías en tu casa; o tal vez decidieras no atenderme. Pero no marqué ningún número. Sentía tanto la furia por tu egoísmo, tu desinterés, que estaba dispuesta a no avisarte, a que no te enteraras.
Dejé a los chicos con una vecina, como venía haciendo desde hacía un mes y medio y salí para la clínica.
La lluvia lo hacía todo más lento, más complicado, al tránsito enloquecido de siempre, se agregaba la gente parada a lo largo de las calles y avenidas, esperando taxis que no llegaban nunca. Ingresé a las dieciséis horas a la morgue, para que me entregaran el cuerpo, sentía los pasillos helados de una desolación absoluta y maldije una vez más que no hubieras llamado, me maldije a mi misma por no haberlo hecho tampoco. Después de todo ella tenía otros hijos, nietos, biznietos que eran tan responsables como yo.
Cuando firmé todos los papeles me sentí peor, no sabía a donde ir, fue entonces que volví a llamarte y me sorprendió gratamente oír que alguien levantaba el tubo para contestar, aunque fuera ella. Si bien al principio no supe que decir, luego terminé vomitándole mi angustia, estoy segura que logré entristecerla, eso me alegró. Después llamé a los demás...
Era un viernes que había amanecido lluvioso, entonces me puse a pensar en vos, que a esa hora estarías preparándote, con tu minuciosidad casi femenina para ir a la oficina y decidí darte la sorpresa, no iría a trabajar y tampoco a la facultad.
Corro al supermercado más cercano, porque te conozco lo suficiente como para saber que sólo tendrías agua en la heladera, llegé cerca del mediodía a tu casa, ordené un poco la pila de diarios que te empeñas en no tirar nunca, los apuntes de la facultad amontonados por todas partes y ponerme a

preparar la cena para esa noche, a pesar de mi fobia por la cocina.
Al principio no quería avisarte, después lo pensé mejor, tal vez al ver las luces desde la calle te preocuparías
Eran más de las seis de la tarde cuando, después de tener todo casi listo, sonó el teléfono; atendí porque pensé que serías vos avisándome que tampoco irías a estudiar y que llegarías en unos minutos, pero no fue así y no te estoy culpando, antes de que pudiera arrepentirme ya había contestado y la voz de ella -que también se sorprendió, estoy segura-, me dio la noticia. Sin prólogos, no se admitían entre nosotras.
Me dolió más de lo esperado, porque en mi fuero íntimo aspiraba a tener con la Nona una charla sincera, de mujeres, decirle que la quería y que su nieto a pesar de lo atolondrado, también, después de todo era el hijo de su hijo, aquel que tantos dolores de cabeza le había dado y que se fue antes que ella dejándole la primera herida. Irremediable, y sin hacer las paces con su nieto. Que era esta la razón por la cual casi no había trato entre ustedes dos, no porque fueras un mal nieto o un desamorado.
Cuando te vi entrar con brillitos de agua en la cabeza, el saco en el brazo y el maletín en la mano izquierda, los dos manojos de llaves en la otra, me pareciste más pequeño que nunca, algo que te hubiera alegrado de habértelo dicho, vos que te empeñás en no crecer.
Te abracé más fuerte que nunca, porque temí que te fueras a desmembrar al darte la noticia. Sentí la humedad de las gotas de lluvia en tu camisa, el calor de tu cuello contra mi boca. Te paralizaste; creí que sería mejor decírtelo así sin más; es la Nona...
Casi no hablamos, fue mejor, la cena ya no tenía la menor importancia, se que sos un fanático de la fruta y con eso te alcanzaría. La idea de no ir esa noche al velatorio me pareció un pretexto para poder armar tu coraza de hombre que no llora, y decidí quedarme despierta, abrazada a vos, espiando cada tanto, esperando que desahogaras tu angustia...




Camino a la Felicidad


Es un libro dedicado a todas aquellas personas que quieran emprender una actividad independiente sea de servicios, comercial o industrial. Encontrarán en este libro una variada gama de situaciones que se le pueden plantear a cualquiera que tenga ambiciones de prosperidad. El autor invita a la reflexión, hace destacar conceptos que no siempre son tomados en cuenta.
Fija límites que de no respetar conducen a finales imprevistos. El más destacable y ejemplarizador tema “perder la salud.” Contrae Cáncer, lucha por curarse en un camino largo y lleno de dificultades. La crisis será superada gracias al apoyo interior que aparece casi incierto, ajeno a toda religión, la . Es reconfortante, un canto a la vida, en particular al trabajo y a la voluntad de superarse dentro de los límites que le tocó vivir.


Fragmento.


Una madrugada, a las tres y media, salimos de casa dejando a nuestros hijos durmiendo sin decirles nada. Pasamos a buscar con el auto al maestro que se había ofrecido a llevarnos y con él nos encaminamos hacia el domicilio del sacerdote. El viaje habrá durado unos 45 minutos; el lugar, un suburbio lejano del gran Buenos Aires. Al llegar nos encontramos en la puerta lateral de una modesta casita al lado de una iglesia, en cuya cúspide lucía una cruz en tubos fluorescentes, que se divisaba mucho antes de llegar. Desde la puerta de acceso comenzaba una fila de unas veinte personas esperando para ser recibidas por el sacerdote. A la izquierda había un jardín y al fondo estaba la iglesia que se unía con la casita. Nos pusimos en la fila y cuando llegó nuestro turno entramos en la habitación. Recién entonces comprendimos que más que una habitación era el alero de una casa antigua; en lugar de ventanas había cortinas de plástico transparente que amparaban del viento frío de esas horas. Por lo demás, aunque había poca luz por la hora temprana, la iluminación eléctrica era escasa pero nada parecía estar oculto. Macetones con plantas y algunos sillones de mimbre eran el resto del mobiliario. Las personas que entraban delante de nosotros, una por una y algunas inválidas ayudadas por sus familiares, se acercaban al sacerdote que no usaba hábitos sino ropa de calle muy modesta, le saludaban y se sentaban a su lado en uno de los sillones de mimbre; los menos intercambiaban algunas palabras...





Acosador Acosado.

Esta obra, sin duda esclarecedora de su planteo tiene un destinatario mayor que el que se ha propuesto. A través de un entretenimiento se ha buscado dejar una enseñanza útil. Típico de este autor en todos sus libros. Sorprendente voluntad de un empleado público que ansía , desde su soledad, rehacer su vida con los medios que dispone. Los cambios que sale a buscar, dejan una experiencia por demás placentera hasta alterar su conducta habitual, sintiéndose alterado hasta descubrir que su salud se está deteriorando; producto de su libertad desenfrenada. El desarrollo es muy claro y agradable de seguir.. A cualquiera le puede ocurrir encontrarse en esta situación. Algunos llegan a este final obligados, otros por simple sentido común y hay quien lo hace por amor. El resultado de este final no dice a que conduce pero permite reflexionar sobre las diferentes alternativas disponibles.


Fragmento:



Se encontraron las dos amigas y ya de entrada, sin saber lo que le iba a contar, Carla ponderó a Carmen con palabras de aliento y reconocimiento a su nueva actitud.
--Pero, que bien se te ve, pareces más joven, radiante, hasta tienes otros ojos. Ya te decía yo que debías aprovecharlo, cuéntame todo.
--Debo reconocer que tenías algo de razón, recién empiezo a comprenderte.
--Bueno, como te fue. Dame detalles, quiero todos los detalles.¿Qué tal es?
--Es todo un caballero.
--¿Qué te dije? Te lo ibas a perder. Pero cuenta, cuenta... ¿A dónde fueron?
--Fuimos a cenar a un lindo restaurante...
--¿Y después...?
--La comida estaba muy rica.
--No Carmen. Lo que sigue, quiero saber lo que sigue.
--Me llevó a tomar una copa a un boliche con poca luz, muy lindo.
--¿Y... ?
--Bueno, hablamos de todo un poco. Tenemos muchos gustos parecidos.
--Nena, actualiza, estamos en el año 2007, no le demos más vueltas.
--Bueno no me interrumpas. Me dijiste que querías todos los detalles.
--No me refería a esos detalles. ¿Te gustó?
--Si, la verdad es que estoy muy contenta de haber salido, lo disfruté mucho. Santiago tiene muchas cosas buenas, la verdad es que no me lo imaginaba así.
--Bueno. ¿Qué hicieron?
--Nos besamos, ahora que lo pienso, no sé si por placer o a consecuencia de la bebida que habíamos tomado. En realidad ahora que lo veo fríamente, tengo mis dudas.
--Dudas. ¿De qué?
--No sé, no estoy convencida.
--¿Convencida?. No dijiste que la pasabas muy bien.
--Si, pero. No sé lo que quiero.
--Carmen, a esta altura de la vida. Lo único que cuenta es pasarla bien. Ya tuviste tu paso por el matrimonio, no tienes problemas económicos. ¿Qué pretendes?
--No lo sé. Entiendo lo que me dices pero no estoy convencida.
--¿Después qué hicieron?
--Me llevó a casa.
--Supongo que... ¿Lo invitaste a pasar?
--Sí, pero no aceptó y se fue.
--No te creo. Me estás cachando.
--No, tal como te dije. No aceptó y se fue.
--¿Cómo se fue? ¿Así nomás?.
--No, me dio un beso y se fue.
--No lo puedo creer. Me estás diciendo que pasaste una velada hermosa y que después te dejó en tu casa y se fue.
--Sí, es lo que te dije.
--Vos estás bien o me cuentas una película que ya vi.
--No entiendo tu asombro. ¿Algo está mal?
--Sí, tu reloj atrasa treinta años.
--¿Qué me quieres decir?
--Nada. Te parece que está todo bien. ¿Estás contenta?
--Por supuesto, ya te lo he dicho.
--¿Y ahora que vas hacer?
--Nada, después me voy a casa.
--Me refiero a Santiago.
--Nos vemos todos los días en la repartición a la hora del almuerzo.
--En el trabajo.
--Sí.
--Pero ¿vas a seguir saliendo con él?.
--Supongo que sí. No lo he pensado pero no veo razón para no hacerlo.
--No sé, la pregunta es si te va a volver a invitar.
--Seguramente sí.
--En todo lo que hablaron no hubo insinuaciones de lo que le hubiera gustado para completar una noche inolvidable.
--No, que yo sepa no.
--Me parece medio raro. No me cierra. ¿Estás segura Carmen que no te propuso nada?.
--Si así fuera, no hay razón para que te lo oculte.
--Bueno, espero que te salga todo bien. Ya era tiempo de que volvieras a vivir. ¿Qué piensas?
--No pienso nada, solo disfruto lo que está sucediendo y en cierto modo creo que me hace feliz. Son mis primeros pasos con una relación nueva y no quiero equivocarme. Diría que Santiago comienza a gustarme más allá de que me sienta enamorada. He descubierto que me produce una atracción que creí que no volvería a sentir.
--O sea que te gusta.
--Me cuesta confesarlo, pero, creo que sí.



A manera de prólogo

La historia, o las historias de mis dos abuelas me persigue desde la infancia. Tan distintas, tan lejanas en su origen, nacionalidad, medio, religión, idioma, cultura, y sin embargo con algo importante en común: Aunque ellas murieron sin saberlo y posiblemente se hubieran escandalizado, ambas pueden ser consideradas feministas.
Cada una en su tribu gozó de respeto y predicamento. En el caso de Cristina, además, de cariño; en el de Gerónima del Rosario, por que no, de temor.
Se encontraron una sola vez y el encuentro había despertado grandes expectativas, pero no pasó de una charla formal tomando el te en una mesa donde Gerónima había puesto el juego de porcelana reservado para las grandes ocasiones, mientras la miraba a través de sus prejuicios.
Así que esta es la alemana protestante, madre de mi nuera “la Gringa”.
Y Cristina pensando que no le parecía tan dura y autoritaria como se la habían pintado…pero estoy segura que hubieran podido entenderse porque tenían muchas cosas en común.
Yo siento que en mí dialogan. A veces soy tan gringa como Cristina y otras me siento tan criolla como Gerónima que una vez me dijo;
- “Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos, estuvimos siempre acá…” Ella no era india pero no se guardaba memoria del primero que vino. Además. Estoy segura que algunas gotas de sangre guaraní corrían por sus venas. Y negra también, sino, quién rizó tan prietamente los cabellos de algunos de sus hijos?



EL CORRESPONSAL

Diego, que frío y poco expresivo personalmente, demostró ser un buen corresponsal a la distancia y sus frecuentes cartas dirigidas a su madre eran esperadas ansiosamente y Gerónima luego de leerlas se las pasaba a sus hijos que las leían juntos en voz alta y las contestaban individualmente. Diego contaba que al principio había vivido en la casa del Juez pero luego se había mudado a una pensión familiar y el grupo de jóvenes solteros y veinteañeros había revolucionado el pequeño pueblo de Trelew. Contaba de bailes, de paseos a Playa Unión donde había conocido el mar, que lo había deslumbrado. La pequeña sociedad pueblerina los había recibido encantada, seguramente por el aval del Juez, y los muchachos todos tenían novias elegidas entre las más bonitas y de las familias más importantes del pueblo. El trabajo del juzgado era de pocas horas y bien remunerado, así que Gerónima le exigió que mandara una mensualidad para su hijo. Según lo comentó con Zaida, no era extrictamente necesario, pero por una cuestión de principios era una responsabilidad que tenía que cumplir y eso ayudaría a que recordara que aunque lejos tenía un hijo y no debía olvidarlo. Seguramente no pasaría mucho tiempo antes que se pusiera de novio y se casara, y entonces sería la oportunidad de enviar a Pocholo a vivir con su padre cuando tuviera una casa y una familia constituída.
Junto a una carta llegó una fotografía en la cual se veía a Diego con dos amigos en la playa, acompañados por tres muchachas indecentemente vestidas o mejor dicho, desvestidas, con trajes de baño que dejaban los brazos y las piernas totalmente desnudas. Gerónima esperaba que cuando eligiera esposa no fuera entre las que así se retrataban, pero ese pensamiento lo guardó para sí. Seguramente, como hacían todos los hombres, elegiría a esas mujeres para divertirse, modernas y alegres, pero para casarse buscaría una parecida a sus hermanas.
Otras cartas contaba el rigor del invierno, del viento y del frío, y una foto mostraba un muñeco de nieve con sombrero y una escoba. Todo parecía ser motivo de diversión, pero, tendría un buen confesor? Iría regularmente a misa?
El Juez era descripto como afectuoso y paternal, se ocupaba de los muchachos a quienes aconsejaba, hacía estudiar, asesoraba acerca de cómo prepararse para cuando dejaran el juzgado, como actuar en el comercio o como rematadores. La esposa, de acuerdo a las cartas era frívola y superficial, hacía frecuentes reuniones en su casa y en cada fiesta estrenaba vestidos y zapatos, dejando a sus pequeños hijos siempre en manos de sirvientas. A pesar de que el presupuesto del hogar era más que generoso, el dinero nunca alcanzaba. O tal vez esa fuera la lectura de Diego, que provenía de una familia muy austera.








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